Quitar una piruleta a un niño
El otro día le quité una piruleta a un niño,
por la espalda, que parecía más fácil que quitarle la piruleta a un niño de frente.
¡Pues no la soltó el enano!,
cuando levanté el brazo llevaba un niño a una piruleta pegado.
Así que tuve que balancearlo hacia los lados y estamparle contra una farola hasta que cayó desmayado
y ya pude comerme la dichosa piruleta.
Y luego claro, para que no se lo contase a su papi,
que de papi nada, que era todo un padrazo (1,90, por lo menos),
pues le compré una piruleta nueva
y el nano tan contento.
Pero al ver la nueva piruleta me entraron ganas de quitársela.
"Debe ser tan fácil como quitarle una piruleta a un niño"- me dije.
Y otra vez a empezar...
Repetí la operación varias veces,
hasta que me quedé sin centímos para comprar más piruletas
y, cuando el enano comenzó a llorar y patalear y su padrazo se dio la vuelta,
hice lo propio, le dije: "Ha sido ése", se ha marchado por ahí".
Cuando el padrazo demostró que su cerebro no era proporcional a su tamaño y dobló la esquina dispuesto a pillar a un hombre inexistente,
le di al niño una galleta, por llorón.
Y cuando me fui, el niño no dejó de llorar para despedirse de mí, ¡qué maleducado! ¡qué antisociales que son estos niños!
por la espalda, que parecía más fácil que quitarle la piruleta a un niño de frente.
¡Pues no la soltó el enano!,
cuando levanté el brazo llevaba un niño a una piruleta pegado.
Así que tuve que balancearlo hacia los lados y estamparle contra una farola hasta que cayó desmayado
y ya pude comerme la dichosa piruleta.
Y luego claro, para que no se lo contase a su papi,
que de papi nada, que era todo un padrazo (1,90, por lo menos),
pues le compré una piruleta nueva
y el nano tan contento.
Pero al ver la nueva piruleta me entraron ganas de quitársela.
"Debe ser tan fácil como quitarle una piruleta a un niño"- me dije.
Y otra vez a empezar...
Repetí la operación varias veces,
hasta que me quedé sin centímos para comprar más piruletas
y, cuando el enano comenzó a llorar y patalear y su padrazo se dio la vuelta,
hice lo propio, le dije: "Ha sido ése", se ha marchado por ahí".
Cuando el padrazo demostró que su cerebro no era proporcional a su tamaño y dobló la esquina dispuesto a pillar a un hombre inexistente,
le di al niño una galleta, por llorón.
Y cuando me fui, el niño no dejó de llorar para despedirse de mí, ¡qué maleducado! ¡qué antisociales que son estos niños!
3 comentarios
carmen -
Jajaja.
Saludos cordiales. Carmen.
myblog.es/celeste
perseida -
Saludosssssss.
Rafa -