PATAS DE GALLO

¡Jo! Ya estamos en el 2007. Y todavía seguimos contando cuentos. Ya son tres años y las arrugas siguen sin aparecer, aunque, claro, las patas de gallo aparecieron hace mucho tiempo atrás. Sí, las patas del Gallo Kiriko. Alguien se lo zampó y nos lanzó sus patas cortadas por la ventana.
¡POBRE GALLO KIRIKO!
Era tan madrugador él... Cada mañana, al salir el sol, nos despertaba con su dulce canto: ¡KIKIRIKIIIIIIIIIIIIÍ!
¡Kikirikí!, ¡ains!, así nos despertaba, aunque a veces le daba el punto y lo que cantaba era Shakira, contoneando todas sus plumas.
Había que verle, el Gallo Kiriko, a sus treinta y nueve años de edad, bailoteando a lo Shakira.
¡POBRE GALLO KIRIKO!
Recuerdo una mañana en que no nos despertó, se había ido de paseo a Toronto y no le dio tiempo a volver antes de que saliese el sol. Pero bueno, así era él, todo un aventurero. De camino a Toronto se encontró con una autoestopista asesina, la subió a sus lomos y la llevó hasta un motel. Allí... bueno... creo que la invitó a cenar un sanwich mixto. Ella quedó conmovida por la amabilidad de Kiriko y por sus ojitos de querubín y decidió dejar su vida de autoestopista. Siguió asesinando, eso sí, pero ahora, mientras disparaba a diestro y siniestro, además conducía una Harley.
¡POBRE GALLO KIRIKO!
Ya en Toronto, por lo visto, el gallo Kiriko hizo nuevos amigos, luego los deshizo y se volvió para casa.
Nosotros seguíamos durmiendo apaciblemente cuando oímos un fuerte: ¡KIKIRIKIIIIIIIIIIIIÍ!
Así que, con lágrimas en los ojos por el hijo pródigo, nos vimos obligados a cogerle por el cuello y meterlo en el horno para que nos dejase dormir, con una pizca de limón, ¡je!, sólo dejamos las patas.
¡POBRE GALLO KIRIKO PUÑETERO!
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