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Los Cuenteros (contando cuentos desde 2004)

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PATAS DE GALLO

PATAS DE GALLO

¡Jo! Ya estamos en el 2007. Y todavía seguimos contando cuentos. Ya son tres años y las arrugas siguen sin aparecer, aunque, claro, las patas de gallo aparecieron hace mucho tiempo atrás. Sí, las patas del Gallo Kiriko. Alguien se lo zampó y nos lanzó sus patas cortadas por la ventana.

¡POBRE GALLO KIRIKO!

Era tan madrugador él... Cada mañana, al salir el sol, nos despertaba con su dulce canto: ¡KIKIRIKIIIIIIIIIIIIÍ!

¡Kikirikí!, ¡ains!, así nos despertaba, aunque a veces le daba el punto y lo que cantaba era Shakira, contoneando todas sus plumas.

Había que verle, el Gallo Kiriko, a sus treinta y nueve años de edad, bailoteando a lo Shakira.   

¡POBRE GALLO KIRIKO!

Recuerdo una mañana en que no nos despertó, se había ido de paseo a Toronto y no le dio tiempo a volver antes de que saliese el sol. Pero bueno, así era él, todo un aventurero. De camino a Toronto se encontró con una autoestopista asesina, la subió a sus lomos y la llevó hasta un motel. Allí... bueno... creo que la invitó a cenar un sanwich mixto. Ella quedó conmovida por la amabilidad de Kiriko y por sus ojitos de querubín y decidió dejar su vida de autoestopista. Siguió asesinando, eso sí, pero ahora, mientras disparaba a diestro y siniestro, además conducía una Harley.

¡POBRE GALLO KIRIKO! 

Ya en Toronto, por lo visto, el gallo Kiriko hizo nuevos amigos, luego los deshizo y se volvió para casa.

Nosotros seguíamos durmiendo apaciblemente cuando oímos un fuerte: ¡KIKIRIKIIIIIIIIIIIIÍ!

Así que, con lágrimas en los ojos por el hijo pródigo, nos vimos obligados a cogerle por el cuello y meterlo en el horno para que nos dejase dormir, con una pizca de limón, ¡je!, sólo dejamos las patas.

¡POBRE GALLO KIRIKO PUÑETERO!

SUBIENDO ESCALONES

SUBIENDO ESCALONES
(Ambos Cuenteros subiendo y bajando a un ladrillo*)

* El ladrillo tendrá forma de escalón, vamos, tendrá forma de ladrillo normal y corriente, como un escalón normal y corriente y no uno de esos escalones ultramodernos de hoy en día que parecen calabazas y no escalones de toda la vida que es a lo que se parecen los ladrillos normales y corrientes.


Cerro - ¡Qué bonitas vistas!, ¡qué gran deporte me has convencido para hacer hoy!
Pakito- Sí, y qué sano que resulta.
Cerro - Sí, para la asfixia.
Pakito- Eso, y ¡qué sano para el cansancio!

*****

Cerro - Oye, Pakito, ¿cómo se le llama a este tipo de deporte de riesgo?, ¿escalada alpina?, ¿escalada supina?, ¿trepanación de ochomiles?...
Pakito- Subir escalones.
Cerro - ¡Ah!
Pakito- Sí, es un deporte muy antiguo, antiquísimo, que ahora está otra vez de moda.

*****

Cerro - ¿Quién lo inventaría?
Pakito- ¿El qué?
Cerro - El escalón, quién inventaría el primer escalón de la Historia.
Pakito- (con convencimiento total y absoluto) Los egipcios.
Cerro - ¡Ah, sí!, por los gatos.
Pakito- Es que los gatos... MARRAMAMIAÚ MIAÚ MIAÚ
Cerro - Los gatos saben de todo.
Pakito- Sí, y no les importa que las escaleras resbalen y la gente que caiga rodando por ellas, como ellos caen siempre sobre sus patas...
Cerro - Así podrán.

*****

Pakito- (secándose el sudor con la manga de la camisa) ¡Uf! Cansa, ¿verdad?
Cerro - ¿El qué?
Pakito- Subir escalones.
Cerro - Ya te digo, pero conozco un truco para que no canse tanto.
Pakito- ¿Cuál?
Cerro - Subamos escalones hacia abajo.

*****

(Los dos, igual, sólo que ahora en vez de subir, bajamos escalones)

Pakito- Esto ya es otra cosa.
Cerro - Sip.
Pakito- Seguro que los egipcios ni se dieron cuenta de que los escalones también servían para bajarlos.
Cerro - Seguro, por eso se extinguió su imperio, ellos seguro que subieron y subieron y allí arribita que se quedaron.
Pakito- ¡Qué pringaos los egipcios!
Cerro - Y sus gatos.
Pakito- Seguro que allí arribota del todo había cien perros gigantes con muy malaspulgas esperando para comérselos.
Cerro - ¿A los gatos?
Pakito- Y a los egipcios pringaos.
Cerro - Seguro. ¡Menuda merendola debieron darse los perros gigantes!
Pakito- Juás, menos mal que nosotros vamos subiendo escaleras hacia abajo, si no nos comerían los perros gigantes al llegar arriba del todo.
Cerro - ¡Menos mal!

*****

(Al llegar abajo del todo, paramos de bajar escalones)

Pakito- Bueno, ya hemos llegado abajo del todo.
Cerro - Sí, y estamos sanos y salvos.
Pakito- Sí, ¿qué es eso?
Cerro - ¿El qué?
Pakito- Eso que tiene colmillos.
Cerro - ¡Perros gigantes!
Pakito- ¡Perros gigantes!
Pakito y Cerro - (Saliendo pitando) ¡Ahhhhhhhhhh!

PAKITO EL CINÉFILO

PAKITO EL CINÉFILO
Cerro - Hola, Pakito.
Pakito- Hola, Cerrito.
Cerro - Nonono, yo soy Cerro, no me llames Cerrito.
Pakito- ¡Ah!, pues entonces yo seré Pako, no me llames Pakito.
Cerro - Pero Pakito... es que tú eres Pakito.
Pakito- ¿Porque soy pequeñito?
Cerro - No, hombre, es un diminutivo cariñoso.
Pakito- ¿Porque me amas?
Cerro - En cierto modo... sí.
Pakito- Pues yo nunca podré amarte a ti, Cerro, soy cinéfilo.
Cerro - ¡Ah!
Pakito- Sí, estoy enamorado de las estrellas de cine.
Cerro - ¿Qué tipo de cine?
Pakito- Porno, por supuesto.
Cerro - ¡Ah!
Pakito- Sí, ése donde las mujeres se desnudan y los hombres se desnudan y todos bailan al son de un tambor indio de Caracas.
Cerro - ¿Y no cogen frío?
Pakito- Ná... tienen estufas.
Cerro - ¡Ah!
Pakito- Sí, y un microondas que dice: "ya tiene usted el café hecho, señora actriz porno".
Cerro - ¡Qué cosas!
Pakito- Pero yo no soy cinéfilo sólo por eso.
Cerro - ¿Hay algo más?
Pakito- ¡Claro! Luego está lo de las metáforas.
Cerro - ¿Metaqué?
Pakito- Metáforas, es cuando sacan un látigo.
Cerro - ¡Ah!
Pakito- Sí, representa la liberación de todos los esclavos del mundo, el fin de los malos días y del trabajador explotado y la libertad de expresión.
Cerro - Claro, por el ¡PLAF!
Pakito- Sí, por el ¡PLAF! que hace el látigo, eso es libertad en toda su expresión.
Cerro - Ya, pero duele.
Pakito- No, hombre, es sólo una película, son efectos especiales, igual que cuando hacen el acto.
Cerro - ¿El acto?
Pakito- Sí, el acto. Verás: una representación dramática se divide en actos y escenas, y ahí los del cine porno, que, además de tener buenas tetas y pollas, son muy listos, pues han decidido hacer escenas y actos, todos muy parecidos, pero distintos a la vez.
Cerro - ¡Ah! Oye, Pakito, ¿tú crees que se puede decir "tetas" y "pollas" por la radio?
Pakito- Claro, pero sólo si lo dices dentro de un contexto, como, por ejemplo, el cine porno, así no es pecado.
Cerro - ¡Ah! Ni tampoco suena el ¡PIII! maldito.
Pakito- No maldigas, que entonces sonará el ¡PIII! maldito.
Cerro - Pss, no maldigas, que entonces nos censurarán.
Pakito- Claro, igual que el cine porno, que lo censuran.
Cerro - Pero sólo a veces.
Pakito- Sí, sólo lo censuran cuando tiene un diálogo interesante.
Cerro - Ya, porque estresa.
Pakito- Sí, es que no se puede estar pendiente del acto y de los diálogos a la vez.
Cerro - Pero no podemos hacer nada.
Pakito- Sí, la censura es la censura.
Cerro - Ya, ahí tenemos las manos atadas.
Pakito- Sí, igual que en el cine porno.
Cerro - Pero con ropa.
Pakito- Eso, que nosotros no tenemos estufa que nos abrigue.
Cerro - Ni un microondas que nos llame "Señora actriz porno".
Pakito- Ni látigo.
Cerro - Ni ¡PLAF!
Pakito- Ni grandes tetas.
Cerro - Ni grandes... bueno, mejor me callo.
Pakito- ¡Hum!, sí, mejor no digas nada, Cerrito.
Cerro - Te he dicho que no me llames Cerrito.
Pakito- Vale, te llamaré Juana.
Cerro - ¿De Arco?
Pakito- No, de Ballesta.
Cerro - ¡Andá, como Guillermo!
Pakito- ¿Tell?
Cerro - No, Guillermo Primero.
Pakito- ¿El rey que se puso un vestido inexistente y los niños se reían de él diciendo que iba desnudo?
Cerro - Sí, como en el cine porno.
Pakito- ¡Qué risa!
Cerro - Sí, y qué excitación.
Pakito- Ya ves, y no como con los Documentales de La Dos, que sólo producen sopor.
Cerro - Sí, sopor y sueño.
Pakito- Y somnolencia.
Cerro - Como los medicamentos.
Pakito- Y las señoras actrices porno.
Cerro - ¿Te dan sueño las actrices porno?
Pakito- Sí, siempre me dicen lo mismo.
Cerro - ¿El qué?
Pakito- "Vete a freír espárragos".
Cerro - Te confundirán conmigo.
Pakito- Supongo, o contigo.
Cerro - O consigo.
Pakito- O consorte.
Cerro - O convexo.
Pakito- O con sexo.
Cerro - Igual que el cine porno.
Pakito- Sí, pero sin actuar.
Cerro - Y sin látigo.
Pakito- Y sin ¡PLAF!
Cerro - Eso, sin ¡PLAF! ni libertad de expresión.
Pakito- Va a ser que tienes razón, Cerro.
Cerro - Sí, puedes llamarme Cerrito si quieres.
Pakito- Es que ya no puedo.
Cerro - ¿Por qué?
Pakito- Porque soy cinéfilo.
Cerro - ¡Ah! No me digas más.
Pakito- Vale, hasta luego, Cerro.
Cerro - Hasta luego Pakito.

Quitar una piruleta a un niño

Quitar una piruleta a un niño El otro día le quité una piruleta a un niño,
por la espalda, que parecía más fácil que quitarle la piruleta a un niño de frente.

¡Pues no la soltó el enano!,
cuando levanté el brazo llevaba un niño a una piruleta pegado.
Así que tuve que balancearlo hacia los lados y estamparle contra una farola hasta que cayó desmayado
y ya pude comerme la dichosa piruleta.

Y luego claro, para que no se lo contase a su papi,
que de papi nada, que era todo un padrazo (1,90, por lo menos),
pues le compré una piruleta nueva
y el nano tan contento.

Pero al ver la nueva piruleta me entraron ganas de quitársela.
"Debe ser tan fácil como quitarle una piruleta a un niño"- me dije.
Y otra vez a empezar...

Repetí la operación varias veces,
hasta que me quedé sin centímos para comprar más piruletas
y, cuando el enano comenzó a llorar y patalear y su padrazo se dio la vuelta,
hice lo propio, le dije: "Ha sido ése", se ha marchado por ahí".

Cuando el padrazo demostró que su cerebro no era proporcional a su tamaño y dobló la esquina dispuesto a pillar a un hombre inexistente,
le di al niño una galleta, por llorón.

Y cuando me fui, el niño no dejó de llorar para despedirse de mí, ¡qué maleducado! ¡qué antisociales que son estos niños!

CANCERVECERO

CANCERVECERO
Cancervecero era un perro con tres barrigas. Cuidaba celosamente las puertas de la bodega del tío Manué. Manué tenía la mejor cebada y la mejor fórmula secreta para hacer la mejor cerveza, todos lo sabían y todos la deseban, pero el miedo que desataba Cancervecero en las almas de los mortales era tal que jamás nadie se atrevió a robar ni las semillas para la cebada ni la fórmula secreta para la cerveza divina del tío Manué.

Pasaron los años y Cancervecero quedó ciego, es decir, además de seguir estando ciego de cerveza, también se quedó ciego de ver, de ver y de los ojos. Y, claro, una noche que el tío Manué se acercó a por un poco de cebada para hacer su riquísima cerveza, Cáncer, que así lo llamaba tío Manué cariñosamente, le arreó un bocado de aquí te espero comiendo un huevo con pan y limón y si vuelves me zampo hasta tu corazón. Tío Manué, que no tenía dos pelos de tonto, no volvió, amaba mucho su corazón para arriesgarse a que Cáncer le dejase sin él, así que se fue, cogió sus cosas y se puso a navegar, navegar y descubrió las tormentas marinas en su velero, y los tifones, y murió embestido por una ola.

Fue una pena lo del tío Manué, en especial para sus sobrinos, que decían: "¿dónde está el tío?, ¿dónde está el tío?", mientras lloriqueaban sin cesar. Es que eran muy pequeñitos los sobrinos. Pero más pena nos dio a todos lo de la cerveza mágica, cuya fórmula secreta se hundió junto al pringao del bodeguero y nos dejó a todos con la boca seca y teniendo que beber Cruzcampo, puag, en lugar de la maravillosa cervecita fría del tío Manué. "¿Y Cancervecero?, ¿qué pasó con Cancervecero?", os preguntaréis, le freímos a tiros, a él y a sus tres barrigas, por cegato.

diálogo casi platónico

diálogo casi platónico Cérrulo: Hola Pákito.
Pákito: Hola Cérrulo. Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña.
(Pausa)
Cérrulo: ¿Ah, sí?
Pákito: Sí.
(Pausa)
Cérrulo: Qué interesante. ¿Y no se caía?
Pákito: ¿Quién?
Cérrulo: El elefante.
Pákito: Ah, el elefante.
Cérrulo: Sí, de la tela de la araña.
Pákito: Ah, de la tela de la arña. Pues no, no se caía.
(Pausa)
Cérrulo: ¿Y?
Pákito: Bueno. Como veía que no se caía, fue a buscar a otro elefante.
Cérrulo: ¡Bien hecho!
Pakito: Claro, cuantos más mejor.
Cérrulo: ¡Eso es! Dos elefantes, mejor que un elefante.
(Pausa)
Pákito: Dos elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña.
Cérrulo: ¡Lo suponía!
Pákito: Claro.
Cérrulo: Y supongo que se caerían, ¿no?
Pákito: ¡Qué va! Y como veían que no se caían...
Cérrulo: (interrumpiendo) ¡Fueron a llamar a otro elefante!
Pákito: ¡Sí! ¿Cómo lo sabías?
Cérrulo: ¡Intuición! ¿Y a que adivino como sigue la historia?
Pákito: ¡A ver!
Cérrulo: (dándose importancia) Etcétera.
Pákito: ¡Etcétera! ¡Magnífico! Muy bien, Cérrulo, eres fantástico.
Cérrulo: Tú más, intrépido Pákito, tú más... ¡Pero me temo que nos estamos vovliendo un poco esdrújulos!
Pákito: ¡Sí! ¡Qué rárulo!
Cérrulo: Ya te dígogo.

Personas distintas

Cerro - ¿Sabes lo que me pasó el otro día?
Pakito- Sí.
Cerro - ¡Vaya! ¿Y el día anterior?
Pakito- ¡Ah, jejé, sí, me acuerdo, ¡qué divertido!
Cerro - ¿Y sabes también lo que me ha pasado hoy?
Pakito- Mmm... No, eso no lo sé, pero imagino que voy a tener que saberlo.
Cerro - Pues sí. Hoy me han dicho que copio "esquetches" de Faemino y Cansado.
Pakito- ¿Quiénes son ésos?
Cerro - Faemino y Cansado, tío, unos humoristas de lujo.
Pakito- ¡Ah! ¿Como Tip y Coll?
Cerro - No, bueno, sí, también son un dúo, pero son personas distintas.
Pakito- ¡Ah! ¿Y dices que copias "esquetches" de Faemino y Cansado?
Cerro - No, bueno, sí, pero sólo en casa, frente al espejo, en las actuaciones no.
Pakito- (rascándose la barbilla) Interesante...
Cerro - ¿Tú copias "esquetches" de Faemino y Cansado en las actuaciones?
Pakito- No, yo sólo hago versiones de los Pitufos.
Cerro - ¿Los Pitufos?
Pakito- Sí, hombre, esos enanitos que son todos príncipes.
Cerro - ¡Ah! Sí, ya sé, tú hablas de los Snorkels.
Pakito- ¿Pumuki?
Cerro - ¡Los Diminutos!
Pakito- Esos mismos.
Cerro - ¡Qué pequeñitos que son!
Pakito- Sí, para economizar.
Cerro - Y también para ahorrar dinero.
Pakito- ¡Uy, sí! (aconsejando) Niños: es que es muy importante ahorrar dinero...
Cerro - Buuuuuuú, mucho, sí, muy importante, muy importante, casi casi importantísimo.
Pakito- Sí, casi casi. Que luego tenéis que romper el cerdito y darnos vuestra pasta a los Cuenteros.
Cerro - ¡Uy, sí! Eso es más importante aún.
Pakito- Sí, no hagáis como los Diminutos, que ésos no nos dan ni un centavo.
Cerro - Ni un milavo.
Pakito- Ni un centauro.
Cerro - Ni un cenutrio.
Pakito- Ni un sanjacobo.
Cerro - Ni una minifalda.
Pakito- Ni nada, nada nos dan los Diminutos.
Cerro - Son unos agarraos, los Diminutos.
Pakito- Y unos rácanos.
Cerro - Y más.
Pakito- ¿Y sabes qué te digo?
Cerro - Sí.
Pakito- ¿Y sabes qué más?
Cerro - ¡Ah, jejé, sí, lo sé, lo sé, ¡qué divertido!
Pakito- ¿Y sabes otra cosa más que te digo?
Cerro - Mmm... No, eso no lo sé, pero imagino que voy a tener que saberlo.
Pakito- Imaginas bien.
Cerro - Sí, soy una persona muy imaginativa.
Pakito- Buuuuuuuú, ¡vaya si lo es!
Cerro - Cerro "el Imaginativo", me llaman.
Pakito- (al público en voz bajita y señalando a Cerro) Si es que le llaman.

Cerro - ¿Y qué me dices?
Pakito- Que Faemino y Cansado son dos.
Cerro - ¡Hummm! Sí, suelen serlo.
Pakito- Y uno es Faemino y el otro es Cansado.
Cerro - Eso mismo pienso yo.
Pakito- Y Tip y Coll también son dos.
Cerro - Sí, y uno es Tip y el otro es Coll.
Pakito- Y Valle y Nclán también son dos.
Cerro - Ajá, marido y mujer.
Pakito- Sí, Valle el marido y Nclán lo otro.
Cerro - Y los siete enanitos también son dos.
Pakito- Sí, pero tan pequeños que parecen siete.
Cerro - Ya ves, cuando se juntan en una manifestación parecen hasta diez, por lo menos.
Pakito- Claro, de los gritos que pegan.
Cerro - Y porque saltan.
Pakito- Y como no son mancos, pues levantan los dos brazos y parecen el doble.
Cerro - Y con el cucurucho rojo que llevan de sombrero parecen enanos altos.
Pakito- Sí, jugadores de baloncesto.
Cerro - Y Blancanieves también son dos.
Pakito- ¡Ays, Blanca y Nieves! ¡Qué buenas que están!
Cerro - ¡Y qué pastel de manzana más rico que hacen!
Pakito- Y uno más uno... ¡también son dos!
Cerro - Y un petitsuisse también son dos.
Pakito- Sí, Petit y Suisse, pero son personas distintas.
Cerro - Sí, todas son personas distintas.
Pakito- Aunque a veces parezcan similares.
Cerro - O, incluso, gemelas.
Pakito- ¡Y la vida te da sorpresas!
Cerro - ¡Y sorpresas te da la vida!
Pakito y Cerro - ¡Ay, Dios!

La historia universal de Cras

La historia universal de Cras
Queridos niños, la vida es tan bonita... ¡uff, qué bonita que es la vida! ¿A que sí? He preguntado: ¿a que sí? (Público: "¡¡¡Siiiiiiiií!!!"). Bien, pues os voy a contar la Historia de Cras:

Cras vivía en un pueblecito muyyy muy lejos de aquí, tan lejos que la gente decía: Cras vive allí.
Cras sólo tenía 6 meses y no sabía andar erguido, así que iba a todas partes gateando y así, gatea que te gatea, llegó hasta la tarberna y se pidió un güisqui. ¿Sabéis lo que pasó, niños? Claaaro, que ¡GLUP!, se lo bebió de un trago. Y en ésas, apareció ella, y él supo al instante que ella era su amor... ¡Ay, el amor!

EL AMOR

Sí, sería una desgracia... En fin, niños, que Cras le maulló al oído tímidamente y ella sonrió por el piropo y pestañeó encantada de la vida por las palabras tan bellas que habían salido de la boca de Cras. Y Cras se pidió otro güisqui y ¿sabéis lo que pasó? Claaaro, que ¡GLUP!, también se lo bebió de un trago. Y en ésas que ella acerca sus labios a los de Cras y le besa y los labios de Cras se llenaron de alegría... ¡Ay, la alegría!

LA ALEGRÍA

Eso, una verbena. Con berenjenas. Y con cocacolas y panchitos... y no, nonono... a Cras no le gustan los panchitos. A él le gusta el güisqui, así que se pidió otro güisqui y ¿sabéis lo que pasó? Claaaro, que ¡GLUP!, se lo bebió de un trago. Y en ésas que aparece el tercero, el novio de ella, que, como todos los novios de ellas, era muyyy grande. Y claro, queridos niños, el novio de ella, que había visto todo o se lo había olido, tenía los ojos llenos de odio y venganza... ¡Ay, la venganza!

LA VENGANZA

Continuará...

QUIJOTE Y SANCHO

QUIJOTE Y SANCHO CAPÍTULO LIX. Que trata de la grandiosa aventura de Quijote y Sancho extraviada por Cervantes.

Quijote - ¡Sooooooo!
Sancho - ¡Sooo, mulaaa!
Quijote - ¿Y ahora qué hacemos, mi fiel escudero Sancho?
Sancho - ¡Y yo qué sé! Si éste es el capítulo que extravió Cervantes.
Quijote - ¡Ays!, ese Cervantes... ¡menudo genio!
Sancho - Y que lo diga vuesa merced, si nos hubiese escrito Lope de Vega otro gallo nos cantaría.
Quijote - Sí, "a mis soledades voy,/ de mis soledades vengo".
Sancho - ¿Qué?
Quijote - Nada, una rimilla que me ha salido al hablar de Don Lope.
Sancho - ¡Ah!
Quijote - En fin, pues tendremos que hacer algo.
Sancho - Sí, algo tendremos que hacer... (se rasca la cabezota, como pensando). ¡Ya sé, bailemos una jota!
Quijote - ¿Una jota?
Sancho - Sí, una jota manchega.
Quijote - ¿Una jota manchega?
Sancho - Sí, es la que viene después de la i en el albecedario y después del 10 en la baraja francesa.
Quijote - ¡La baraja francesa! ¡Prefiero la baraja española! Yo me pido el caballo de espadas.
Sancho - ¡Vale, y yo el rey de oros!
Quijote - ¿El rey de oros?
Sancho - Sí, que es el que más maravedís tiene, es rico rico.
Quijote - ¡Ja! Pero si ahora lo que se llevan son los euros.
Sancho - Es verdad, que hemos entrado en la Unidad Europea.
Quijote - ¿En la Unidad Europea? Pero si eso será hacia el 2000.
Sancho - Eso es, eso es. ¡Mire!
Quijote - ¿Dónde?
Sancho - Allí, ¡Dulcinea! (coge a una dama del público "voluntaria" y la saca al escenario, entre medias de los dos Cuenteros).
Quijote - Es cierto, es mi querida Dulcinea, ¡vamos a matarla!
Sancho - ¿A matarla?
Quijote - Sí, a matarla.
Sancho - Pero si es mi novia.
Quijote - ¿Qué?
Sancho - Sí, (mirándose los dedos de los pies como si no hubiese roto un plato) es que como vi que usted no tenía nada que hacer...
Quijote - En fin, pues entonces no podemos matarla.
Sancho - Va a tener razón.
Quijote - Claro, debemos quemarla en la hoguera, ¡por urraca!
Sancho - Eso, ¡por urraca!
Quijote - ¡Por molino!
Sancho - Eso, ¡por molino!
Quijote - ¡Por hacer algo!
Sancho - ¡Y por dar espectáculo al público!
Quijote - ¡Al público variopinto!
Sancho - ¡Eso, al público variopinto!
Quijote (dirigiéndose al Dulcinea) - ¿A ti qué te parece si te quemamos en la hoguera? (antes de que responda) ¡Calla! No digas nada, no nos vayas a estropear esta improvisación.
Sancho - Eso, date cuenta de que Cervantes extravió este capítulo y si no te quemamos no sabremos qué hacer (y enciende un merecho a los pies de Dulcinea, dispuesto a prenderla fuego).
Quijote (dirigiéndose a Sancho) - ¡Espera Sancho! Que he pensado que si la quemamos es posible que arda.
Sancho - Hummm, sí, es posible, pero necesario, mi señor.
Quijote - No, hombre, también podemos darle un beso en la mejilla y dejarla partir como bella dama.
Sancho - Eso, como bella dama.
Quijote (dirigiéndose a Dulcinea) - Parta usted, bella dama.
Sancho - Vale (haciendo el ademán de marcharse)
Quijote - Tú no, escudero, ella, la bella dama. Tú cabalga en tu jumento.
Sancho - Vaaale, tocotó tocotó tocotó...

El otro día

Pakito: El otro día...
Cerro: ¿El otro qué?
Pakito: Día. El otro día.
Cerro: ¿Día? ¿Qué es eso?
Pakito: Pues un día... es un día.
Cerro: ¿Es una tienda?
Pakito: No, no, es una unidad de tiempo.
Cerro: ¿Como un segundo, algo así?
Pakito: Bueno, algo así, pero mucho más grande.
Cerro: Ah...
Pakito: Un día viene a ser un puñado de segundos.
Cerro: ¿Tanto?
Pakito: Sí, sí...
Cerro: Ah, vale... Pero me parece mucho...
Pakito: Sí, es que un día es una unidad de tiempo grandota grandota.
Cerro: Colosal, diría yo.
Pakito: Dirías bien. Bueno, pues el otro día vi a un niño...
Cerro: ¿Un niño?
Pakito: Sí, un niño. ¿No sabes lo que es un niño?
Cerro: Pues no.
Pakito: Es como una persona...
Cerro: ¡Ah! ¡Ya sé! Por ejemplo... James Dean.
Pakito: No, hombre no, es como una persona, pero en pequeñito...
Cerro: ¿Una persona en miniatura? Qué raro, y para qué sirve eso.
Pakito: Pues no sé, supongo que para economizar.
Cerro: ¿Para economizar?
Pakito: Claro, consume menos...
Cerro: ¡Ah! Vale...
Pakito: Bueno, pues el otro día iba por la calle, cuando vi a un niño...
Cerro: ¿Qué?
Pakito: Un niño...
Cerro: No... lo otro, que ibas ¿por la qué?
Pakito: Por la calle.
Cerro: ¿Calle?
Pakito: Sí, calle.
Cerro: ¿Y eso qué es?
Pakito: Hombre, pues cuando estás en un pueblo o en una ciudad, y no estás en un edificio, estás en la calle.
Cerro: ¡Ah, claro! Entonces estabas en un parque.
Pakito: No, no. Estaba en la calle, ya sabes, esa cosa que hay entre los edificios.
Cerro: ¡Ah, tú quieres decir la cosa esa negra que pisan los coches!
Pakito: No, bueno, eso también es calle, pero yo iba por la cosa gris que bordea a la cosa negra que pisan los coches.
Cerro: Ah...
Pakito: Pues sí, iba por la cosa gris porque no quiero que me pisen los coches a mí.
Cerro: ¡Lógico!
Pakito: Sobre todo, porque hay muchos asesinos.
Cerro: ¡Uy, sí!
Pakito: Y si te atropellan, no sólo te matan, sino que encima les sale barato matarte.
Cerro: ¡Claro! No gastan ni una bala ni nada.
Pakito: Por eso. No conviene ponerlo fácil.
Cerro: Claro, claro.
Pakito: Bueno, pues voy yo por la calle, y me encuentro a un niño, y resulta que era el hijo de...
Cerro: ¿Hijo?
Pakito: Sí, digo que era el hijo de...
Cerro: Pero qué es un hijo.
Pakito: Hombre, un hijo es un tipo de niño.
Cerro: Ah...
Pakito: Es un niño al que uno tiene que cambiar los pañales, educar, y dar una sólida formación para que sea un hombre de provecho el día de mañana. Claro está, sólo si uno es su padre.
Cerro: Ah, pues haberlo dicho antes...
Pakito: Bueno, el caso es que un hijo es uno de esos niños que vienen de París...
Cerro: ¿De París?
Pakito: Sí, claro, le trae la cigüeña.
Cerro: Anda, qué maja. ¿Y le trae de París?
Pakito: Eso es.
Cerro: Entonces es un niño francés.
Pakito: Claro.
Cerro: O sea, un tipo pequeñito, y francés.
Pakito: Eso mismo.
Cerro: ¡Qué cosas!
Pakito: Bueno, el caso es que iba yo andando por la calle, y me encontré a un niño, que resulta que era el hijo de... ¡Bueno! Qué más da de quién fuera hijo.
Cerro: Eso digo yo.
Pakito: El caso es que le di una bofetada.
Cerro: Bien hecho. Por niño.
Pakito: Por niño.
Cerro: Por pequeñito.
Pakito: Eso, por pequeñito. Y si hubiera visto a su padre, el alcalde, a él también le hubiera caído una bofetada.
Cerro: ¡Eso! ¡Por alcalde!
Pakito: ¡Eso!
(Pausa)
Cerro: Jo, pues si te contara yo lo que me pasó el otro día...
Pakito: ¿Día?
Cerro: Sí, hombre, día, recuerda, la unidad de tiempo...
Pakito: ¡Ah, claro! Algo así como un siglo, ¿no?
Cerro: Sí, pero mucho más pequeño.
Pakito: Ah...
Cerro: Un siglo viene a ser un buen puñado de días...
Pakito: Ah, pues qué pequeñitos los días... vaya mierdecilla de unidad de tiempo.
Cerro: Sí, ya te digo: una caquita.
Pakito: Un truñín de tiempo.
Cerro: Eso. Bueno, el caso es que, como te decía, estaba yo comprando en el Día, cuando me encontré al alcalde, que me preguntó si había visto a su hijo.
Pakito: ¡Ah! ¿Y qué le dijiste?
Cerro: Le dije: “Yo no, pero Pakito sí”.
Pakito: Sorprendente.
Cerro: Sí. La vida te da sorpresas.
Pakito: Sorpresas te da la vida.
Cerro: ¡Ay Dios!

El cuento de las zapatillas voladoras

El cuento de las zapatillas voladoras
Cerro: Éste no es uno de esos cuentos en los que no salen zapatillas voladoras. Los cuentos de hoy en día no tienen en cuenta la importancia de las zapatillas voladoras, y eso no nos gusta a los Cuenteros, ¿verdad, Pakito?

Pakito: Verdad.

Cerro: No, no nos gusta nada a los Cuenteros que se subestime a las zapatillas voladoras, con todo lo que ellas han hecho por nosotros.

Pakito: Sí, todo lo que han hecho ellas por nosotros.

Cerro: ¡Uh! Ya te digo. Inventaron la velocidad, sí, pero no quiero hablar ahora de la velocidad ni del tocino.

Pakito: ¡Uh! Te entiendo. Te entiendo y te doy la razón.

Cerro: Haces bien. El caso es que yo tuve unas zapatillas voladoras hace mucho mucho tiempo.

Pakito: Las tuvo.

Cerro: Eran geniales y servían para andar con los pies vestidos.

Pakito: ¡Menudas zapatillas voladoras eran ellas!

Cerro: Nunca las usé para volar.

Pakito: Nunca.

Cerro: Pero eran voladoras, lo sé, lo supe siempre. Nadie me lo dijo, pero yo lo sabía...

Pakito: Yo también lo sabía.

Cerro: Sí, Pakito también lo sabía.

Pakito: Y tú, Cerro, tú también lo sabías.

Cerro: Sí, lo supe siempre. Eran unas zapatillas voladoras. Un día lo comprobé. Las lancé por un acantilado y ¡vaya si volaron!

Pakito: ¡Uh! ¡Vaya si volaron!

Cerro: Hasta caer al mar.

Pakito: ¡Chof!

Cerro: ¡Chof! Y se ahogaron...

Pakito: Bueno, no se ahogaron.

Cerro: Sí, es cierto, no llegaron a ahogarse, no tuvieron la oportunidad de ahogarse, las pobres.

Pakito: Se las comió el tiburón Alfredo.

Cerro: Malvado...

Pakito: ¿Qué dices?

Cerro: Digo que el tiburón Alfredo fue un malvado, por comérselas.

Pakito: No, hombre, no. Alfredo es sólo un tiburón, un ser acuático-marítimo y comebañistashumanos que, a veces, se come lo que le echen, hasta unas zapatillas voladoras.

Cerro: Pues porque el tiburón Alfredo soy yo, que si no, me iba al Manzanares y le cazaba con una trampa para atrapar tiburones.

Pakito: ¿Un cepoatrapatiburones?

Cerro: Eso mismo.

Pakito: Eres grande, Cerro.

Cerro: Tú más, Pakito, tú más.

Pakito: Sí... oye, cuéntame lo que hicieron las zapatillas voladoras antes de morir masticadas por los temibles dientes del tiburón Alfredo.

Cerro: ¿Lo que hicieron?

Pakito: Sí, eso tan fantástico que me contaste que hicieron, cuéntamelo otra vez.

Cerro: Salvaron cien vidas.

Pakito: ¡Sí!

Cerro: Salvaron mil vidas.

Pakito: ¡Claro!

Cerro: Apagaron un edificio en llamas.

Pakito: ¡Oh!

Cerro: Escribieron el Quijote.

Pakito: ¡Tomá!

Cerro: Inventaron el ordenador.

Pakito: ¡Guau!

Cerro: Y la tortilla de patata.

Pakito (enfático): Y volaron.

Cerro: No... eso nunca.

Pakito: ¿No?

Cerro: No... es que eran unas zapatillas voladoras muy humildes... no les gustaba fardar.

Pakito: ¡Qué grandes fueron!

Cerro: Ya ves, un 48 y medio.

Pakito: Y eran rojas.

Cerro: Sí, desteñían a mi osito en la lavadora.

Pakito: Y cuando las chupabas sabían a mermelada de fresa.

Cerro: Y me arropaban por la noche...

Pakito (con los brazos abiertos): ¡Qué buenas eran las zapatillas voladoras!

Cerro: ¡Un aplauso para ellas!

Pakito: ¡Eso, y otro para nosotros!

Teléfono estropeado

Teléfono estropeado Seguramente, ustedes conocen ese juego: alguien susurra una frase al oído de su vecino, éste la repite al oído del vecino, y así sucesivamente, hasta llegar al último, que dice en voz alta: “Verónica, hijita, pero qué fea eres”, y eso resulta muy gracioso porque la frase original era “Si tú me dices ven lo dejo todo”. La frase, misteriosamente, va mutando de oído en oído y de boca en boca, y esto es causa de regocijo inmediato y honda preocupación después, porque resulta que el mundo es un caos, y uno con estos pelos.

Algo similar ocurre en el País Absolutamente Imaginario. El fiscal presenta la “prueba documental A”, el jurado, a instancias de juez, observa el “documento probatorio 1”, el alguacil se encarga de recoger la “Prueba 1”, y se la entrega al guardia jurado, que se encarga de llevar el “Legajo 3001-2-B” al archivo y entregárselo al encargado, quien lo mete en una bolsa y saca “la basura”. La prueba acaba siendo “residuo sólido” o vaya usted a saber qué, pero no acaba ahí la cosa.
No, esto no ha hecho más que empezar: el poderoso y malvado gran duque o lo que sea se libra de la justicia porque faltan pruebas que le incriminen, y la gente se enfada y se subleva. La consigna es derrocar al gobierno, y para ello la plebe se hace con palos y otras armas, pero al final la gente acaba pegando una paliza al alcalde, robando gallinas, meando en las farolas, y organizando campeonatos de mus.
Entonces el primer ministro respira tranquilo, el país está en calma de nuevo, el Emperador no se ha empeñado en mostrar su traje nuevo (hubiera sido bastante desagradable), y nadie se ha acordado de que vive en un país absolutamente imaginario.

Tales cosas pasan en tales países. O eso me han contado, aunque quizá realmente me han contado otra cosa.

Las jirafas tienen el cuello tan largo...

Las jirafas tienen el cuello tan largo... Las jirafas tienen el cuello tan largo por definición, eso me quedó bien clarito el otro día. Ahora bien, ¿quién hizo la definición de las jirafas?, ¿qué extraño o cómico-extraño ser podría estar interesado en definir a las jirafas así, con el cuello largo? Yo creo que fue un vendedor de corbatas, sí, uno de esos currantes que van a comisión, que necesitan vender y vender para ganar algo de pasta extra a final de mes o, quizás, para que les cuelguen su foto enmarcada de "Vendedor del mes" en un marco del Todoauneuroomás. Un vendedor de corbatas, un maldito vendedor de corbatas a comisión: el diablo de las jirafas.

Hace un par de días me crucé con una jirafa joven, de unos seis meses, y ya contaba que llevaba semanas con tortícolis, la pobre. "Tiesa, todo el día tengo que estar tiesa como un mástil si quiero conseguir alguna hoja que me quite el hambre", lloraba desconsolada y, a la vez, llena de rabia e ira, seguramente pensando en el maldito vendedor de corbatas que las definió. Se llamaba Curri, era una jirafa jovenzuela y salsera, que eso sí, contoneaba su cuello que daba gusto.

Algo bastante similar sucede con los muelles. ¿Qué me dicen de los muelles? Claro, no me dicen nada, a ustedes estas cosas no les importan, qué les van a importar, pero yo les voy a contar de todas formas lo que pasa con los muelles, porque soy así de cuentero. Todos odian a los muelles. Se rompe un juguete y mil muelles atacan simultaneamente al indefenso niño. Estamos tratando de reparar una radio, cuando de pronto un muelle traidor sale volando, se esconde en cualquier remoto rincón, y ya no podremos jamás reparar la radio, todo por el malvado, maldito muelle. Pero ¿qué culpa tiene el muelle, en el fondo? ¡Imaginen vivir siempre sometidos a tal presión! Y es que el muelle, si uno analiza la cuestión hasta sus últimas consecuencias, no es más que un alambre maltratado. El muelle quiere volver a ser recto, no quiere ser retorcido. Desea escapar a la condena que le ha impuesto un perverso ser con pinzas de retorcer. Por eso se impulsa adelante con la rabia ciega que saca un ojo al tierno infante o nos obliga a comprar una radio nueva.

Por cierto que no hay nada más triste que un muelle en reposo. Cuando ya se ha estirado todo lo que ha podido, por fin libre de la tensión que le aplastaba... se da cuenta de que ya para siempre su cuerpo está mutilado, y su alma se ha convertido en un alma perversa y en espiral. Un alma de muelle. Jamás podrá acceder a la sociedad de los nobles alambres rectos que a veces, como burlándose sutilmente de sus congéneres menos afortunados, trazan una leve parábola. Porque ellos pueden.

¡Hay que ver cuánta perversión existe en el mundo! Podría hablarles también de los cuidadores de bonsais, que hacen pequeñitos a los árboles. ¡Imagínense! Eso tiene que fastidiar mucho, naturalmente... Caramba, es cuestión de dignidad...

Peores son aquellos nefastos individuos que tienden a juntar bonsais y jirafas. Esos sí son odiosos. Como si no fuera suficiente castigo para cada uno de estos seres el que sufre cada uno por su lado, los juntan para joder un poco más a la Madre Naturaleza. Claro, la jirafa con su enorme cuello, cuando quiere comer las hojas del bonsai, que no levanta dos palmos del suelo, debe retorcerse cual muelle, con gran dolor de cervicales. Y si alguien cree que esta incomodidad de la jirafa beneficia al arbolito ¡qué equivocado está! No: lo que es llegar a las hojas, la jirafa acaba llegando. Y como el bonsai es pequeñito, se queda enseguida sin hojas, ¡y no vean cómo jode!

¿Y de los vendedores de martillos qué me dicen? Ésos sí que son malvados y malandrines. Todo el día intentando vender un martillo tildándolo de asesino. Los niños-clavos los odian, y los temen. Un martillo, por sí solo, no es mala gente, si por él fuera, ningún clavo ni clavito tendría que morir ahogado en una pared o en un tablón de madera y con dolor de trasero. Sin embargo, los vendedores de martillos, que también van a comisión, nos hacen creer que para eso están los martillos, para asesinar clavitos. ¡Ay del día que los clavos y los martillos unan sus fuerzas! ¡Quisiera yo ver a un vendedor de martillos entonces!, seguro que acababa bien clavadito en cualquier pared o en cualquier tablón de madera. Y como se les unan las jirafas ya ni os cuento, los vendedores de corbatas acabarían ahorcados, con su prenda preferida clavada en cualquier pared, enmarcados en un marco de Todoauneuroomás y en su propia infamia. Sería curioso, sí, y es que los vendedores a comisión suelen ser fastidiones por definición.

¿Robar piruletas de fresa es malo?

¿Robar piruletas de fresa es malo?
El otro día me compré una piruleta... vamos, más que comprármela, la robé.

Sí, lo sé, robar piruletas de fresa no está bien, que luego te ven los niños pequeños y se ponen a robar y a robar...

Y, claro, ¿qué pasa? que entran en Prenatal montados en sus carritos de bebé y armados con un par de metralletas por mano y dicen: "¡Manos arriba, esto es un atraco!". Y si el dependiente de Prenatal resulta o resultase ser manco, pues se ve en ese instante incapaz de levantar las dos manos y los nanos van y lo fríen a tiros. Luego limpian la sangre del suelo, el Médico-bebé extrae todas las balas del cuerpo del manco difunto (y medio difuminado) y se lo comen con un poquito de limón y un biberón de vino tinto.

Y pasa lo que pasa, que los mancos se ponen en huelga y van por la calle manifestándose con el brazo en alto (los mancos de un brazo, que los de dos no levantan ningún brazo). Y nos cortan la calle y hay unos atascos impresionantes. Por fin, el agente de tráfico te deja arrancar, después de tres cigarros (y disfrútalos, que van a prohibir fumar en los coches), y aceleras aceleras y, ¡cataplás! que has atropellado un carrito de bebé, que no lo habías visto. Y nada, te bajas del coche, miras al bebé en el suelo, miras las metralletas que llevaba, miras las bolsas de Prenatal, las coges y piensas: "pues ya tengo regalo para mi sobrinito". Y te largas tan contento.

No, si al final, resulta que es bueno eso de ir por la vida robando piruletas de fresa.

Así es el mundo

Suceden tantas cosas que uno no se hubiera imaginado que pudieran suceder.

Se cierra una puerta en la casa de al lado, al rato oyes unos ruidos bastante desagradables, que siguen y siguen, piensas que vaya mierda de paredes que hacen hoy en día, que se oye todo, piensas que no hace falta ser tan escandaloso, piensas que no hace falta restregarlo, aguantas aún un rato pero (más tarde o más temprano) te pones a dar golpes en la pared, te responden con un insulto, respondes con otro pero ya no te hacen caso y siguen haciendo ruido, más y más ruido toda la noche, y a los nueve meses tienes un nuevo vecinito.

Has olvidado completamente a aquella persona que conociste hace muchos años, en una ocasión poco importante, pero te acuerdas de la ocasión, tan poco importante como la persona, pero te acuerdas, de la persona no sabes nada, ni la reconocerías si la vieras, pero esa persona ha seguido existiendo todo este tiempo (¡tantos años!) y ahora estará en algún lugar.

Pasarán los años, y morirás.

Alguien dijo “Hasta la victoria siempre” y le derrotaron.

El que te mira en el vagón de metro, contra todo pronóstico, es tu prójimo.

Aquel lugar sepultado en tus recuerdos, aquel lugar que has intentado recuperar, ya no es el mismo, ha cambiado, la vida es continuo devenir, te dices, una y otra vez te lo dices, pero vuelves, de todas formas vuelves, algo te dice que no debes, pero algo te dice que debes volver y vuelves, y caminas por calles que ya no reconoces, llenas de extraños, aún más ajenas que otras calles del mundo precisamente por ser aquellas mismas calles que tantas veces recorriste y entonces de pronto una esquina y entonces de pronto unas palabras que te dijeron hace mucho tiempo, un perfume, una brisa que es la misma de hace diez años, podrías jurarlo, la misma.

Dicen que todos los caminos llevan a algún lugar, este por el que caminas parece que no, sigues porque quién sabe, sigues porque aún es posible, sigues porque qué remedio, miras a tu alrededor y te preguntas si ya estás en algún lugar, pero no, sigues en ningún lugar, y sólo alcanzas a ver las formas huidizas de los habitantes de ningún lugar (ratones de campo, abejorros, personas, perros...) que pasan rápidamente porque siempre tienen prisa para llegar a algún lugar, y bueno, sigues, el camino sigue y por eso sigues, por eso y porque quizá algún día.

En fin, el mundo es eso, es de pronto una esquina y de pronto otra cosa, es buscar y buscar y quizá algún día estés en algún lugar, al final del camino (o en medio, quién sabe, ¿y si ya estás y no te diste cuenta?), y la cuestión es que morirás al cabo de los años, pero aún no, y entonces ves a alguien que quizá sea, pero no, porque ha mirado hacia otro lado, o ha bajado la vista y se ha puesto a leer el periódico, que le cuenta tantas cosas que pasan por ahí o dicen que pasan por ahí, así que no debe ser, pero es posible que sí (te ha mirado, ha sido sólo un momento pero jurarías que te ha mirado, que sabe que existes), siempre queda la posibilidad de que sea tu prójimo, y aquel lugar sigue ahí, aquella persona a la que no conoces se esconde en algún piso de los suburbios, y, en definitiva, uno va ganando victoria tras victoria mientras sigue vivo, porque sigue vivo, y al final sólo hay una derrota de la que no te recuperas.

“Es un mundo mágico, puedes hacer una canción”
(Los toreros muertos)

Y esa es toda la historia.

SUPERHÉROES Y FANTASMAS

SUPERHÉROES Y FANTASMAS Cerro - Hola Pakito, ¡cuánto tiempo! ¿Qué hay?
Pakito- Pues ya ves, nada nuevo.
Cerro - Joé, pues yo acabo de cruzarme por la calle con un tigre que corría detrás de un niño.
Pakito- ¡Ah, ya! Se llama Roberto. Y come niños (humanos).
Cerro - ¡Hum! ¡Qué tigre más raro!
Pakito- Cosas más raras se han visto.
Cerro - Sí… eh… ya ves. ¿Recuerdas al Superhéroe Bombilla?
Pakito- ¡Ah! ¿A Bombillaman?
Cerro - El mismo. Ése sí que era raro.
Pakito- Sí, pero no veas cómo iluminaba, y lo bien que nos venía cuando había apagones.
Cerro - Sí… La verdad es que era un Superhéroe muy lúcido.
Pakito- Sí, muy lucido.
Cerro - Un lucero... Un solete.
Pakito- Jejé, había quien lo llamaba Luciérnagaman.
Cerro - ¿Y cuando se enfrentó al malvado Velaman?
Pakito- Sí, joé, fue una pélea muy vistosa.
Cerro - Y que lo digas. ¡Qué tiempos!...

Pakito-¿Y tu mujer qué tal?
Cerro - Bien… supongo. Hace tres años que no la veo.
Pakito- ¿Y eso? ¿Os habéis separado?
Cerro - No… es que ahora dice que es la Mujer Invisible y le ha dao por desaparecer.
Pakito- ¡Caramba! ¿Pero…? (juntando los dedos índices en señal sexual).
Cerro - ¡Ah! Sí, mucho. No paramos. Todo el día.
Pakito- ¿Y cómo lo hacéis si no la ves?
Cerro - Con la mano.
Pakito- ¡Ah!...
Cerro - Y la tuya, ¿cómo anda?
Pakito- ¿Mi mano?, de maravilla.
Cerro - ¡No, hombre! Tu mujer.
Pakito- ¡Ah! Bien, bien… murió hace dos años… pero bien, vaya, está feliz. Dice que ha conocido a un hombre que le hace reír.
Cerro - ¿Eh? Miniminimini…
Pakito- Se han mudado a mi casa y se pasan todo el día jugando a las cosquillas. No puedo dormir desde entonces, no respetan el sueño ni los horarios de los mortales.
Cerro - ¡Ay! Estos fantasmas de hoy en día… ¡qué antisociales!

DON QUIJOTE (2) - TRABAJO PRECARIO

DON QUIJOTE (2) - TRABAJO PRECARIO
Sancho - ¡Don Quijote, Don Quijote!, que nos han encomendado una nueva misión.

Quijote - ¿Una nueva misión? Pero si este libro tiene ya cuatrocientos años, por lo menos.

Sancho - Ya, pero ya sabe usted que el fantasma de Cervantes no descansa nunca y como le han regalado un bolígrafo por su nuevo centenario...

Quijote - ¡Claro! Y a nosotros ni las gracias. Que si Cervantes por aquí... que si Cervantes por allá... Que si Cervantes hubiera sido amigo de James Dean... ¿Y yo qué?

Sancho - ¿Y qué me dice de mí? A vuesa merced al menos le dibujan delgado. Yo siempre he sido el peor parado. Me pintan una calabaza - (acariciándose la panza) - donde tengo una tableta de chocolate y calvas donde tengo una melena cobriza (teñida, porque yo lo valgo). ya me podía el autor haber llamado Sancho Macizo, pero no, tuvo que ser Sancho Panza...

Quijote - ¡Ah, amigo Sancho! Yo creo que eso te pasa por tener un contrato temporal.

Sancho - Ya ve, pues no se forró el fantasma de Cervantes conmigo ni , ¿no fue el listo y creó las ETTs y me puso como ejemplo a seguir?... ¡Y ni un maravedí que vi, ni un céntimo de euro que veré.

Quijote - A mí, por suerte, me dejó ser empresario vil.

Sancho - Y tan vil, a mí sólo me dejó ser servil.

Quijote - Es que este fantasma de Cervantes que nos ha tocado este último Centenario...

Sancho - Ya ve vuased, el anterior, al menos, nos daba las pagas extras de verano e invierno, éste no, éste prorratea, el muy canalla.

Quijote - ¡Tengo una idea: declarémonos en huelga!

Sancho - ¿En huelga? Pero si somos personajes ficticios, en la Constitución de los trabajadores ficticios no se contempla el derecho a huelga. ¿Que dice el novelista que nos suicidamos? Pues a suicidarse toca, y si no lo haces, pues a la cárcel de los personajes ficticios.

Quijote - ¡Qué miedo!

Sancho - ¡Y que lo diga! ¡Pues no hay malos malvados ni en la cárcel de los personajes ficticios!

Quijote - ¡Puffff! A cientos...

Sancho - A miles...

Quijote - ... Y más. Yo no pienso ir a la cárcel de los personajes ficticios, que seguro que me encuentro ahí a Pepito Grillo y me daría cargo de conciencia. Con tal de no ir a la cárcel soy capaz hasta de hacerme el loco.

Sancho - Pues tranquilo, que eso no le va a costar ningún trabajo.

Quijote - Tú calla, escudero, y cabalga en tu jumento.

Sancho y Quijote - Tocotó, tocotó, tocotó... (perdiéndose en el horizonte...).

Himno de los cuenteros

Himno de los cuenteros Somos los cuenteros
Sí, los cuenteros
No los asteriscos
Ni figuritas de alabastro
Somos los cuenteros
Pero cuenteros cuenteros

Nos gusta contar cuentos
No calabazas ni pimientos
Ni ministros ni cataplasmas
Ni gorriones ni soflamas
Perferimos los cuentos
Pero cuentos cuentos

Sabemos hacer reír
También sabemos hacer llorar
Pero no sabemos por ejemplo
Hacer la maleta
O la caldereta
Viva la madre superiora